Son los veinte minutos diarios más agradables que paso con
ella. Tiene la transparencia de un recién llegado, es pura inocencia y está forjando
sus primeras herramientas que la ayudarán a competir y combatir en el campo de
la ideología. Estoy orgulloso por ello.
Desde el jardín a nuestro hogar sólo nos separan unas
cuadras, pero también nos une la vida entera. Libre hasta cada esquina, ella
sabe que sólo la cruza tendiéndome la mano.
Sube las escaleras y baja rampas, me sorprende con un
abrazo; repite la operación tantas veces como las risas sobre su rostro, es la expresión
más audaz en todo el camino.
Cuenta los pasos desde la peluquería hasta la juguetería,
donde se detiene a preguntar si la jota es la misma letra con la que comienza
su nombre.
Vamos cantando viejas y nuevas
canciones según el reportorio del día, mientras me cuenta los sucesos más
relevantes en la sala.
No es percepción adulante pero las personas pasan y siento
que envidian su alegría y mi dicha. Son los veinte minutos diarios más felices
de mi vida.
Sospecho, y casi sin dudar, que la única cosa sin misterio es
la felicidad, porque se justifica por sí sola.
Te amo hija, te amo Julia...
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